encender: navidad-2016

Llega la Navidad y entramos en unas semanas de locura consumista en todos los sentidos: objetos, alimentos, palabras y deseos que en nuestra sociedad tienen su origen en una tradición cristiana de la que se reniega salvo en los gestos, convertidos en rituales comerciales vacíos de contenido. Esta sociedad ha matado el Mensaje del mismo modo que en el siglo I mató al Mensajero,  alguien que vino a decir ‘Yo soy la Luz del mundo‘. Parece que le escucharon, pero no gustó. Hoy, es peor porque estamos infoxicados, saturados de mensajes que nos llegan por infinidad de canales logrando el premeditado efecto contrario: romper la comunicación. Estamos perdiendo la capacidad de comunicarnos porque hay demasiado ruido: demasiados emisores, canales y mensajes, demasiados focos, prisa y estrés. Así que ¿cómo encender una luz en un mundo lleno de focos?¿Cómo emitir un mensaje en una sociedad sublimada de emisores?

Se me ocurre que podríamos cambiar nuestra posición: ¿qué pasaría si en vez de emitir constantemente nos preocupásemos de ser buenos receptores?¿cómo seríamos y cómo sería nuestro entorno familiar, profesional, social… si escuchásemos de manera activa y consciente?

El primer paso, sin duda el más difícil, consistiría en intentar silenciarnos a nosotros mismos. ¿Te imaginas a tí mismo sin mirar tu móvil, sin ningún aparato, sin ninguna actividad por pequeña que sea, salvo la de estar en silencio durante un tiempo significativo cada día? Sólo eso. Silencio, ausencia de ruido (ni siquiera pensamientos). Sería algo heroico, casi preocupante, porque entonces empezaríamos a comunicarnos con alguien que quizá nos impresionaría por desconocido: nosotros mismos. Inevitablemente nos acabaríamos por reconocer y casi sin darnos cuenta, ahondaríamos más en nuestro ser. Empezaríamos a ser un YO original y auténtico, porque nacería de nosotros, de nuestra propia identidad, seríamos independientes y libres. Se produciría el milagro de la deshipnotización: descubriríamos que lo que importa está dentro de tí y no fuera. Seríamos alguien fuerte y difícilmente manipulable porque tendríamos nuestro propio criterio. ¿Te imaginas cuantos emisores carecerían ya de importancia en tu universo personal?¿ y cuántos dejarían de serlo por no tener un público que le escuchase?

El segundo paso sería mas sencillo: estaríamos en disposición de escuchar al otro, porque ya sabríamos lo que significa ‘escuchar’ al ser algo experimentado en primera persona; como entenderíamos qué es la identidad,  respetaríamos la de los demás y nos daríamos cuenta de que no somos el ombligo del mundo y de que hay vida más allá. Veríamos la necesidad de invertir tiempo en ello, porque nos interesaría lo que dice el emisor, sería un TU con el que empatizaríamos y con el que desearíamos conectar para comprenderlo por muy diferente que fuera a nuestro yo. ¿Te imaginas cómo serían tus respuestas si mirases al emisor desde esa actitud?

Por último y como consecuencia de los pasos anteriores la comunicación se volvería a restablecer porque dos identidades tendrían algo que decirse. Un YO y un TU que se convertirían como punto de partida en el mensaje. No sería tanto lo que dijesen, sino quiénes son. Su relevancia nos llevaría a querer invertir más tiempo con esas personas. Y ese tiempo sin duda ralentizaría nuestra actividad. Estaríamos logrando más calidad en nuestras relaciones y más autenticidad. Ya no querríamos tener un millón de amigos en cualquier red social, ni miraríamos nuestro móvil compulsivamente, en nuestra agenda no estarían programadas diez cenas de Navidad, ni necesitaríamos asistir a todos los eventos de cualquier ámbito; tampoco necesitaríamos más sillas en nuestras mesas o quizá si, pero nada de esto sería sinónimo de éxito social y familiar. ¿Te imaginas como mejoraría tu calidad de vida? ¿te imaginas cómo cambiarían las relaciones en las parejas, en las familias, en las organizaciones, en la política, en toda la sociedad?

Si todo esto fuera así…  creo que sería bueno. Romper el hechizo de la hipnosis, silenciar el ruido, apagar tantos focos y encontrarnos con la luz que somos cada uno para empezar a brillar como pequeñas velas en una dimensión que si es real, porque tiene medida humana; Y es que los focos deslumbran y no dejan ver; en cambio las velas iluminan y dejan el perfume de la esencia de su identidad.

Sólo siendo ‘alguien’ nos podemos relacionar y comunicarnos. Todo lo demás solo es movimiento y ruido: eslóganes, promesas, postureo, mercado de emociones, venta de ‘revoluciones’ sociales, políticas y económicas al por mayor; un fuego artificial, una hipnosis interesada para secuestrar o comprar nuestro yo. Salir de esa hipnosis creo que es lo más revolucionario que podemos hacer en este mundo. Tiene tres elementos que los poderosos y sus aspirantes ambiciosos temen: es gratis, incontrolable y silenciosamente eficaz. ¿Te atreves a encender tu luz?

Nota: Pido disculpas por ser parte del ruido.