
Si Sonia Susana hubiera nacido en las estepas, habría sido poderosa chamana, si hubiera nacido en el bosque, lo hubiera hecho como una silenciosa hada de las gotas y si hubiera sido diosa, sería sin duda la gran Atenea, pero Sonia Susana sólo nació aquí. Aquí es una ciudad ni grande ni pequeña, ni fría ni caliente ni pobre ni rica. Así que se dedicó a vivir pisando baldosas, comiendo bollos y merengues y cumpliendo horarios. Nada la distinguía de las otras abejas obreras sonrientes o enfadadas según el día.
Todo transcurría con la cadencia de la ría traicionera que traspasaba la ciudad, hasta que falleció una dama familiar de la que ella era la única heredera. Así recibió el dinero más triste, la vivienda más solitaria y los elegantes despojos de quien nunca reparó en ella.
Se informó de lo usual en estas herencias y descubrió una gama de posibilidades de desalojo o venta de enseres. La curiosidad pudo a la prudencia y recogió las llaves en el bufete.
Era sábado por la mañana. Se vistió con ropa de trabajo y llevó guantes de goma. Poquísimas veces había estado allí y siempre de visita. La mujer había muerto fulminada por un rayo cardiaco entre el pasillo y la cocina y todo estaba tal cual.
Empezó por cualquier parte y descubrió que en su vida quizá nunca llegaría a saber cómo usar ninguno de los extraños objetos, cubiertos y textiles que abarrotaban los armarios.
Sintió la primera pena. Eso no podía pertenecer a sólo una mujer. Todo aquello eran legados acumulados de otras damas familiares más remotas. Las muertes y muertes de desconocidas rodaban por sus guantes como gotas. Entró en aquel bosque de objetos y sintió la fugacidad y las sombras.
Las campanadas de un reloj dando las doce la trajeron de nuevo al mundo.
El trabajo iba en aumento. Llegó el turno de los armarios roperos. Entonces, sintió la segunda pena. Verse sola sentada en el suelo, rodeada, casi sepultada por las pieles de zorros, astracanes nonatos, visones, corderos y serpientes en forma de bolsos y abrigos. Su corazón latía al ritmo de un tambor, su voz ahogada por el polvillo de los ácaros se hizo áspera y ronca y los animales pidieron justicia desde su viaje al mundo de los espíritus.
Las campanadas de un reloj dando las dos la trajeron de nuevo al mundo.
Empezó a reptar sin sentido en dobles fondos de armarios y fue cuando encontró la caja del horror y la vergüenza. La abrió sin prevenciones. Nadie está preparado para heredar una caja con figuritas de marfil. Sonia Susana explotó en sollozos, estalló, su corazón sangró de dolor. Su animal de poder convertido en ridículos juguetitos decorativos. Su sangre y su linaje eran sucios y se avergonzó de ser quien era.
Encadenada a la culpa de por vida, iba a destruir la prueba del pecado cuando habló el Elefante.
Dijo: honra nuestra memoria.
Las campanadas de un reloj dando las cuatro trajeron a una guerrera de nuevo al mundo.
Así nació el proyecto Torre de marfil.
Sonia Susana nunca contó esta verdadera historia que explica el origen de la organización internacional que fundó.
Luchó por su creación comprometiendo a todo tipo de organismos.
Hoy en día sigue recogiendo legados de pieles y marfiles, los honra y reconoce el genocidio provocado por la soberbia y el concepto violento del lujo.