QUESO Y NARANJAS

Foto: Marian Calvo

Cuando la hermana y el hermano se despertaron, estaban solos en casa. No les habían avisado y no había familiares o vecinos en la cocina preparando su desayuno.

Papá y mamá se habían ido sin avisar dejándome sola con mi hermano pequeño de  cinco años.

Era temprano, pero era de día, un domingo de cualquier abril.

‘Teníamos hambre y no sé encender la cocina.  Soy pequeña para usar fuegos. Así que cogí queso y naranjas y eso nos comimos. Después, empezamos a jugar y se pasó el tiempo. Es divertido hacer lo que quieres y no lo que mandan.’

El día pasaba sin novedades y en el silencio de los domingos hasta que se abrió la puerta y el matrimonio entró con un bebé.

‘Mamá nos preguntó qué habíamos comido y cuando le dije que naranjas y queso se enfadó mucho, gritó que esa combinación es venenosa y nos puso a vomitar.’

El marido fue al trastero para sacar, limpiar y montar la cuna. Mientras tanto, dejaron al bebé esperando sobre una cama.

‘Sé que ese niño no es nuestro hermano, pero no se lo diré a nadie y lo cuidaré igual que si lo fuera. Tenemos que tener cuidado. Si un niño puede aparecer, un niño también puede desaparecer.’

El silencio se vistió de palabras en aquella casa y, como siempre,  de postre siguió habiendo naranjas y queso.

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