
Nadie discutía a la condesa. Por eso, cuando decidió establecer su residencia y construir su palacio en aquel arrabal pestilente, sólo quedó buscar a los mejores maestros de obras para poder hacer habitable aquel bosque con olor a pescado podrido.
Era una mujer corpulenta, con la cara cuadrada y un gesto que miraba un poco por detrás o por encima de sus interlocutores. Sus formas eran amables e incluso dulces y se tomó como algo muy personal el diseño de sus jardines. Aquella tierra no era un lugar adecuado para la plantación de especies exóticas, pero ella se empeñó en crear un jardín botánico. Manipuló los diseños de los caminillos muy en contra del criterio del jardinero y del constructor y mostró todo su empeño en crear una especie de pérgola absurda que no llevaba a ninguna parte. La condesa era muy rica e inquebrantablemente terca así que consiguió que se construyera una estructura de jardín caótica, fea y deforme desde el punto de vista del paisajismo de entonces.
Además de rica y caritativa, pocos sabían que era psíquica y que entraba en comunicación con los muertos. Era muy conocida en la provincia por su ayuda a enfermos pobres y a vagabundos en general y por ello no extrañaban las raras compañías con las que se encerraba en el gabinete de su anterior palacio urbano para escuchar almas errantes. Como tantas en su época, practicaba todo tipo de artes adivinatorias sobre las que mantenía un total secreto llamado la mordaza. Entre toda la algarabía de difuntos con algo que contar (casi siempre una historia miserable y llena de dolor) escuchó la voz de Sailor. Una voz distinta que le indicó el lugar. Cuando por fin determinó el sitio exacto a donde llegaron Sailor, Bird y los seis hombres fuertes, lo compró y empezó a construir su palacio sobre el bosque.
Tras conocer a Sailor, la condesa dejó la ciudad y se despidió de las amigas videntes con una súbita vuelta de timón. Pasó de ser una de las espiritistas más conocidas a desaparecer de esos ambientes. Cambió de modo de vida y se entregó a la construcción del palacio, a su familia y a la oración. Creó un gabinete especial para estar a solas y en silencio. La verdad es que allí nunca rezó una sola plegaria, sólo escuchaba el relato de Sailor al principio con la ilusión de conocer algo único y más tarde con la desesperación de la mordaza que la ataba a aquel secreto.
La historia de Sailor ocurrió en el siglo XIV y la condesa nació en el siglo XIX y vivió la primera mitad del siglo XX. Ella consiguió preservar la barca rodeándola de una pérgola horrorosa y cediendo sus jardines a la ciudad como parque público. Gracias a ella puedes conocer esta historia porque de nada sirvió el sacrificio de Bird.
Cuando la plaga llegó a su monasterio, Sailor pensó que había llegado su hora y que iba a morir. Era una enfermedad incurable. Los miembros temblaban, se paralizaban, los ojos se agrandaban y la muerte llegaba entre grandes dolores, locura y demencia o por no poder tragar comida o bebida. La plaga no provocaba pústulas ni otras supuraciones. Se llevaba a la gente en silencio y se contaban por decenas los difuntos y los paralíticos tirados por los caminos entre estertores. Como permanecía sano, le llamaron para liderar una peregrinación. Habían recaudado dinero para que él, el joven Bird del monasterio y los seis hombres más fuertes y sanos del pueblo formaran una legación que tenía 16 semanas para pedir un milagro a Santiago de Compostela. Sailor leyó lo referente a esa peregrinación y escuchó experiencias de quienes la habían hecho. Salió tranquilo a embarcarse sin pensar en otra cosa que en obedecer. No conocía al joven Bird porque era un novicio de los establos. Al verle, supo que iba a viajar solo. Era un muchacho alto, nervioso, con los ojos redondos y la boca también. Apenas sabía hablar y sonreía haciendo ruidos con la lengua. Su cabello rubio ceniza estaba muy sucio y largo. Nunca le pudieron rasurar porque al ver los instrumentos salía corriendo y gritando agachado con los brazos en la cabeza como si fueran a pegarle.
Los seis hombres fuertes ni les miraron a los clérigos. Iban muy seguros de que ellos eran los que iban a traer la solución al pueblo y hablaban y se reían sin ser conscientes de la naturaleza de ese viaje. Nombraron a Andrew como portavoz y él hablaba en nombre de todos. Así, poco unidos en una misión, los ocho llegaron a puerto y embarcaron.
La primera noche de viaje les ofrecieron bebida y los seis hombres cayeron en el engaño. Mientras Sailor dormía y Bird miraba las estrellas, Andrew contó el motivo de su viaje. Descubrió los detalles de la plaga y su relato fue espeluznante. Los demás viajeros conocieron el final de niños, mujeres y hombres con sus nombres y detalles de sus vidas. Entrada la madrugada, cerca de la costa, tiraron por la borda a la legación completa. El miedo al contagio y que habían pagado por adelantado, esas fueron las causas.
Quizá porque no supieran nadar, los seis hombres empezaron a gritar chapoteando, Bird chillaba y Sailor encontró la balsa que los desalmados también tiraron al agua. Organizó un sistema que hizo que flotaran y la fuerza de una ría les introdujo entre tierra unos kilómetros. Llegaron tiritando y con el ‘peregre prefecturus cum licencia‘ perdido entre las olas. Se refugiaron entre unos árboles y un peregrino les dijo que ese bosque era sarricó, o sea, Saint Ricard y que estaban en el camino. Organizaron un pequeño campamento y nadie les molestó. Sailor supo dónde estaban y que a sólo una noche de viaje se situaba un monasterio de su orden llamado Escalante. Todo esto se lo explicaba a Bird para no hablar solo.
El quinto día Sailor fue a hablar con Andrew porque había que preparar la partida. Los seis hombres fuertes parecían dormidos, pero algo sorprendió a Sailor. Sus brazos se movían solos, la saliva salía de sus bocas y uno soñaba dando patadas al aire. No andaban desencaminados en el barco. Habían traído consigo la plaga. El viaje no iba a poder continuar. Morirían en breve.
Los enfermos de plaga notaban algunas anomalías, pero no veían desde dentro lo que se veía desde fuera así que Sailor decidió no asustarlos y les contó que iban a viajar en ‘traslatio‘ porque ya habían perdido mucho tiempo.
Bird palmoteaba ilusionado y lloró al saber que era el único que no iba a viajar en la barca de piedra por dos razones, explicó Sailor. La primera porque siete fueron los discípulos que viajaron en barca con el cuerpo de Santiago y ellos eran ocho, la segunda porque había que avisar de este viaje a los monjes de Escalante y la tercera -y única verdadera- porque Bird todavía no mostraba signos de plaga y quizá se salvase de morir.
El joven Bird obedeció muy triste por perderse un milagro. Llegó a su destino tan tembloroso que los monjes supieron sólo al verle que aquel muchacho traía la plaga que asolaba los monasterios del norte. Dejaron que muriese en el exterior y después quemaron todo lo que le ofrecieron para auxiliarle. Nunca supieron su nombre.
Mientras tanto, en el bosque Saint Ricard comenzaron los preparativos. Sailor les explicó cómo debían excavar una barca de piedra y cómo disponerse para realizar el viaje. En el delirio, llegaron los tres ángeles.
Nunca se encontraron siete cadáveres en aquel bosque ribereño y tampoco se sabrá lo que Sailor le contó a la condesa amordazada.