Como siempre, esta historia empezó con una injusticia.
En caso contrario, nada se hubiera movido
en los días suaves del mundo que acunan a los niños y los mecen
hasta que los recoge su muerte con una cadencia de noches y días.
Pero ocurrió la injusticia y de ella nació el dolor
y del dolor, el tiempo.
Los corazones han endurecido y el mundo ha dejado de ser cuna.
Y el mundo ha dejado de ser tumba.
Estamos en la era del fuego y miramos las llamas
sin creer que haya alguien muriendo abrasado
tras su bello espectáculo.
Y, por último, se desparrama la ceniza al viento.
Sólo queda humo, todo es negro.
Nos pican los ojos y parece que lloramos
por haber perdido la inocencia.
Pero no es cierto:
la inocencia no importa; es sólo el bien de los necios.