GALIPÓ

Foto: Marian Calvo

Vivía en una roca en algún sitio del mar. Era un ave, pero no volaba.

Mi vida era mirar otras rocas con aves y comer algún pequeño ser en movimiento que se acercara por allí. Sobre todo, mi entretenimiento estaba en escuchar las opiniones, las riñas y las noticias de otras rocas. Mentiría si dijera que vi venir aquella ola negra y brillante. Creo que en las otras rocas no hubo suerte, quizás sí. La situación cambió de un momento a otro. No podía moverme y me cubría una pasta. No veía ni podía abrir la boca más que lo justo para respirar y que entrase alguna mosca que huía de aquel hedor.

Lo más sorprendente era el silencio.

Se había convertido en víctima de una marea negra.

El ruido del helicóptero militar se acercó para controlar la situación del vertido. Hicieron mediciones.

El ruido del helicóptero de la televisión se acercó y vio un ave cubierta de petróleo. Lo único que había sobrevivido. Hicieron buenas tomas. El informativo abrió con la imagen del ave. Hubo piedad, hubo quejas, hubo movimiento para salvarla y la llamaron Galipó. Hasta hicieron un cómic para concienciar a la infancia.

El ruido del helicóptero de los servicios veterinarios la sobrevoló y la técnica dijo: No podemos hacernos cargo del rescate de aves incurables. 

Entonces cesó el ruido. 

Como todo personaje que no da noticias, Galipó fue olvidado y dio paso a otras por las que sentir miedo, indignación o piedad.

Pasé días y días inmóvil. La temporada de brumas llegó. Solo había silencio, niebla y nada más.

No podía moverme, pero empecé a sentir lo que pasaba en mi interior. Noté un cosquilleo en donde había dos muñones y supe que tenía alas. 

Una mañana salió el sol. Galipó oyó el sonido de una gota plop y otra plop y otra plop. El sol derretía gota a gota aquella capa pegajosa. Sus ojos estaban muy rojos y le dolían por detrás, pero pudo ver que estaba solo en una extensión de agua gomosa y negra. A lo lejos, había un barco roto. 

El sol calentaba aquella pasta y la hacía tan líquida que rodaba por sus plumas y Galipó se puso a palmotear de alegría. De pronto sintió algo nuevo. No había nada bajo sus pies. Sus alas habían aprendido a volar ellas solas. Miró hacia abajo y vió su roca. Miró hacia arriba y todo era luz.

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