Relato dedicado a los alumnos y alumnas de primero de la ESO del Instituto de Lekeitio. En enero de 2014 presentan sus relatos de aventuras en el Taller de literatura. Con este ejemplo rompí el fuego de las vergüenzas y sufrí el temor a la crítica de los lectores más exigentes.
Josune
PRESENTACIÓN DEL PERSONAJE
La vida de aquella profesora no tenía nada de extraordinario. Tampoco su aspecto físico era muy interesante a la hora de describirlo ya que no era ni especialmente alta ni especialmente baja, no tenía edad y carecía de algún rasgo distintivo de esos que suelen tener todos los protagonistas de las historias. Por esta razón, ella misma nunca hubiera esperado que le ocurriese la magnífica aventura que estamos a punto de conocer.
TIEMPO
Como cada septiembre, el del curso 2013-2014 la profesora empezó a mirar su teléfono móvil con interés ya que le solían llamar para dar clase de Literatura en algún instituto. Le gustaba abrir las puertas al arte de las palabras y encontrarse con los lectores jóvenes, gente con una posibilidad inmensa: la de poder leer y escribir todos los libros por primera vez.
ESPACIO
Al fin, el teléfono sonó el 17 de septiembre con resultados inmejorables ya que daría clase en una localidad costera famosa por su historia y su belleza. Al conocer la noticia, los amigos y familiares de la profesora se alegraron por ella y sólo pusieron un pequeño inconveniente: el viaje era bastante largo y lleno de curvas. Como se mareaba, no podría hacer nada durante más de dos horas diarias metida en un autobús verde.
ACONTECIMIENTO
La profesora se acostumbró a sentarse y mirar por la ventanilla. Sobre todo, observaba las costumbres de los animales con los que se cruzaba a diario: burros, vacas, caballos, ovejas, gatos, cabras, perros y gallinas principalmente. A veces, abubillas, cuervos, aves rapaces, patos y una vez, una lechuza.
Una mañana de invierno, el autobús iba muy vacío. Casi toda la gente se había quedado en Markina y sólo siguieron la profesora, un hombre con gafas, auriculares y una chamarra acolchada verde y un joven profundamente dormido en los asientos traseros. Como iba tan vacío, el autobús bailaba a la comba hasta que, más o menos en el kilómetro 61, se paró en seco. En ese punto el valle es estrecho y la carretera también. El conductor llamó a la central para dar el aviso, puso las luces de emergencia, se vistió el chaleco reflectante, salió para poner los indicadores y miró hacia atrás.
-Salgan del vehículo inmediatamente –dijo.
-¿Qué ha ocurrido? –preguntó el hombre quitándose los auriculares-. -No lo sé. Se ha parado en seco- le contestó el chófer.
Ambos tomaron las riendas del asunto hablando alto mientras la profesora salía para quedarse de pie en el arcén. Hacía frío. Sintió una bocanada de aire junto a las rocas y vio con sorpresa que estaba cerca de la entrada de la cueva en la que se había fijado varias veces.
-¿Han tenido algún problema? –Le preguntó un hombre barbudo y extraño saliendo de la misma.
La profesora se fijó en los zapatos del recién llegado porque estaban hechos con pieles, como si fueran dos pellizas. Llevaba colgada una bolsa de cuero muy grande con pinturas y signos originales, nunca antes vistos.
-Sí, parece que se ha parado en seco –contestó la profesora sin ganas de entrar en detalles.
-Y usted –prosiguió el hombre de la cueva- como siempre, a dar su clase tan contenta…
-“glup” –pensó la mujer y su pensamiento se convirtió en una especie de pececillo rojo que saltó a la bolsa.
-Ah, claro, que usted desconoce el poder de captación de pensamientos de esta bolsa –dijo el hombre-. Y eso que dentro de ella ya hay varios cientos de pensamientos de su propiedad.
-¿Es un imán? –preguntó ella mientras pensaba “socorro” y una especie de trucha voladora se metía en la bolsa.
-Abreviando, deje de pensar y escuche que no tenemos demasiado tiempo-dijo el habitante de la cueva- Todos los días pasan por este kilómetro 61 cientos de personas pensando y esos pensamientos entran en la bolsa. De allí van a una fábrica de equilibrios universales. Por mi parte, tengo el encargo de garantizar que esos pensamientos sean variados, de amor, de proyectos, de aventuras, ya sabe. Lo malo es que últimamente me ha surgido un grave problema: los pensamientos de los transeúntes son sombríos, descorazonadores y pesados salvo los de sesenta y ocho pensadores que nivelan las fuerzas cósmicas. Le pido que les transmita mi mensaje a esos jóvenes: que cuando pasen por el kilómetro 61 sigan dejando en la cueva un pensamiento variado. Da igual el color con tal de que no sea blanco o negro. Ellos lo entenderán.
-“No pienses, no pienses” –se dijo la profesora mientras los pensamientos saltaban a la bolsa convertidos en varias sardinas voladoras.
RRRRRRRummmmm
-Suba, señora, ya está en marcha –gritó el chófer.
-Adiós –se despidió la profesora de nadie, porque ya nadie había a su lado.
Unas curvas más tarde, el autobús llegó a la parada y la profesora entró en la clase de los pensadores. Tengo un mensaje para vosotros. –les dijo.