ADELFA

adelfa
@ Marian Calvo

Cuando vio a su ahijada de nueve años con el oro, decidió envenenar a su madre. 

Días antes la niña había insistido. Que quería un boleto. Que quería un boleto de dos pesos. Y la madre que no, y la cría que sí. Hasta que el amigo de su madre le dio los dos pesos. Quizá para que se callase, quizá porque el destino se había puesto en marcha. 

Aunque muchos compraron diez boletos y más para conseguir el preciado tesoro, la niña lo ganó con el único. Lo mostró al aire como saludando con él y, a cambio. recibió las pesadas joyas de oro de 24 quilates. Oro de las minas de Bolivia. Muchas joyas que la niña no podía ni sostener. 

¿Hay algún adulto con esta niña? Su madre apareció entre las multitudes. Aplausos. Adelfa aplaudía y aplaudía con una sonrisa y muchos vítores “se lo merecen, se lo merecen”. Abrazó a la niña, sobó el oro y empezó a pensar en todos los venenos vegetales, animales y minerales existentes, en los más letales y en los que matan menos. Optó por uno que no matase del todo. 

Ni que decir tiene que ese premio hubiera salvado la vida de la niña, de su hermano de cinco años y de su madre que vivía con ellos en una habitación alquilada. Ni que decir tiene que, bien administrado, hubiera valido para comprar una casita con terreno. Ni que decir tiene que eran muy pobres y estaban muy solos. 

Sola se quedó la niña en el cuarto alquilado con su hermanito de cinco años cuando, al día siguiente de recibir el premio, su madrina organizó todo para que se llevasen a la enferma moribunda en ambulancia muy lejos. A un lugar con un nombre parecido a Coroico, Caroico o Curoico. La madrina sobaba las joyas envueltas como un recién nacido sobre su pecho. Pagó la ambulancia y desapareció. 

Los primeros días, los profesores de la escuela les debieron de llevar alimentos. Su papá que estaba en el pueblo, no los fue a buscar. De otras personas no se supo y no hay testimonios de la propietaria de la habitación. La niña tomó un par de decisiones. 

Cogió al hermano de la mano y lo llevó a la humilde casa de la madrina. “Señora Adelfa, cuide de mi hermano”. Allí lo dejó y allí lo cuidó, pero hoy el hermano no la mira, no la habla, no la quiere. La segunda decisión de la niña fue marcharse a Curoico, Caroico o Coroico a buscar a su madre. Tenía letreros. Quizá hoy no hubiera sido posible, pero hace unos treinta años se viajaba en camionetas abiertas y la niña se fue metiendo en diversos vehículos sin un gran control. El caso es que llegó. Durante el viaje, un hombre le preguntó si tenía hambre y le regaló una papaya. Así, llegó a esa bonita localidad entre montañas con un hospital privado lleno de monjas. 

“Busco a doña tal que vino el mes cual”, dijo la niña. “Planta segunda”, le contestaron. La cara de la madre debió de ser muy digna de ver. Como si se hubiera tropezado con un fantasma, un duende, una alucinación, una visión, un espectro, un espejismo o un efecto secundario de las medicinas que tanto le preocupaban ya que no podía pagarlas. Ni las medicinas ni la estancia ni la comida, Adelfa había pagado el viaje en ambulancia. Punto. 

La madre escondió a la niña bajo la cama por las noches y no se sabe dónde durante el día hasta que se escaparon. La deuda estará prescrita. Si no es así, que le pasen la factura del hospital a Adelfa. 

La niña había recuperado a su mamá y solo quedaba recoger al niño. De vuelta, allí lo encontraron en la bonita casa nueva de Adelfa, con jardincito y todo. 

Años más tarde, tras muchos sucesos ocurridos, la niña emigró a España y llegó a Alicante. Allí encontró a Adelfa. Un tiempo después, la niña fue a Bilbao y Adelfa llamó a su puerta porque no tenía dónde vivir. Nadie se explica por qué la alojó cinco meses en su casa. Quizá porque le faltara el dato del envenenamiento. Es de imaginar. 

Ahora Adelfa está en paradero desconocido desde que recibió una carta del Gobierno Vasco reclamándole una fuerte cantidad de dinero por cobro fraudulento de rentas sociales. Menuda flor esa Adelfa.

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