“Sólo los que dudan creen de verdad”
Miguel de Unamuno
El cuadro de marquetería no daba más pistas ni ofrecía otros detalles del libro, de la fecha de escritura o del propio escritor. Aquella cita procedente del aire se convirtió en la sombra de su infancia sin entenderla del todo ni llegar a comprender por qué su abuelo Isidro la habría escogido entre todas las frases célebres del mundo. Debía de ser una idea importante o revolucionaria si la había elegido para colgarla en la puerta del tallercito que había instalado en la habitación vacía de los hijos casados sin mencionarla nunca más. Y eso que el abuelo era el ser humano jubilado con más oportunidades para cambiar de cuadro. Isidro, hijo de Isidro de la afamada casa Isidro y Miguel, fundada en 1899, fabricaba en estricto horario laboral cientos de cuadros de marquetería para regalar que diseñaba, serraba, lijaba, soplaba, pintaba, barnizaba y enmarcaba con frases tan sinceras como “para librarse de lazos más vale cabeza que brazos”, “marzo ventoso y abril lluvioso dejan a mayo florido y hermoso” o “aquí vive un veterinario” y el dibujo de un perro.
No crean que el abuelo Isidro abandonaba a su suerte a aquellos hijos de su creatividad y su sierrita. Después de haberlos regalado, incluso años más tarde, inspeccionaba el estado de sus obras y realizaba visitas inesperadas a los domicilios albergantes como si fuera un asistente social de la madera trabajada. Aparecía sin más, sin avisar, para verificar en persona si las obras permanecían colgadas en la pared en la que él mismo había clavado la alcayata o si estaban olvidadas en el fondo de algún cajón de la culpabilidad. El abuelo visitaba la nueva casa de veraneo de un sobrino, la tienda de su hija o el despacho de un amigo y si el cuadro de marquetería con la frase célebre estaba en el lugar adecuado, lo agradecía con un breve y agudo comentario sobre el pensamiento en sí y el por qué de haberlo destinado al beneficiario y sólo a él. Como los tapetes de ganchillo de la abuela, todos aquellos cuadros de marquetería desaparecieron con el tiempo de las paredes víctima menos el suyo propio colocado en la puerta del taller y que permaneció en su sitio hasta que murieron ambos: él primero y ella muchos años después. Tantos años como para que sus hijos hubieran perdido la curiosidad por el camino y estuvieran ellos también en las puertas de sus propias jubilaciones. Por eso y por el revuelo previo a la venta de un céntrico piso de abuelos nadie se acordó del taller y del cuadro de la puerta. Así, el nieto ya cuarentón pudo coger el cuadro sin ser visto y llevarlo a su casa para abrirlo como una nuez. Era obvio que debía de tener un motivo o un mensaje. Como todos los demás cuadros de marquetería lo tuvieron.
No fue un impulso inmediato. Después de pensarlo varios años, el nieto se decidió a deshacer el cuadro para buscar su secreto no sin antes darle mil vueltas al asunto, dado que, quizá, aquella madera pudiera ser la última prueba material del paso de su abuelo Isidro por este mundo. Sin embargo, algo le decía que el cuadro iba a ser más completo roto que entero y, guiado por esa extraña paradoja inspirada en la propia frase originaria, un día de un julio cualquiera cogió una gubia, un martillo y con el golpe maestro heredado de la observación abrió el sobre de la carta. Y aquí se dice carta porque el cuadro de marquetería del abuelo sólo era un sobre de madera que contenía la carta manuscrita y la factura.
El nieto la recogió sin sorpresa, como si la hubiera estado esperando muchos años y el cartero no hubiera venido antes por razones que sólo interesan a Correos y Telégrafos. “Querido Isidro:” empezaba la carta. Y después seguía escrita con pluma, letra negra, más bien puntiaguda y del todo parecida a la de la propia factura. “Desde que eras muy niño me di cuenta que eras el único descendiente de la casa Isidro y Miguel capaz de descubrir los secretos ocultos y disfrutar de los enigmas del tiempo, algo fundamental en el oficio de fabricante de muebles. Por eso nunca te di un cuadro a ti ya que esperaba que supieses llegar por tus propios medios al cuadro de marquetería que te dediqué con esa hermosa frase del vecino de tu bisabuelo: “Sólo los que dudan creen de verdad”. Como te conté hace muchos años, aunque no te acuerdes, todos los muebles antiguos ocultan algo en su interior. Una estampa, un dibujo, un tesoro, un mensaje. El tesoro está escondido y, salvo excepciones, no se espera que sea encontrado ya que el destino de todos los muebles, tarde o temprano, es el fuego. A pesar de que creo que aquella decisión que tomamos fue un error, lo cierto es que lo hicimos. Decidimos cerrar el mundo de los sueños de los muebles al mundo del progreso de la fabricación de muebles en cadena. Les negamos la posibilidad de usarnos y de introducir mensajes mágicos en aquellos objetos exactos e impersonales. Les cerramos la confianza y la puerta de nuestro arte. Lo hicimos todos. Y en concreto, en la casa Isidro y Miguel lo hice yo mismo el día 16 de julio de 1936. Los últimos muebles con un mensaje cifrado que fabricamos fueron adquiridos por Doña Juana Echevarria que nos pagó 1.785 pesetas. Aquella mujer se llevó toda la casa puesta, de regalo una alfombra y sin que ella lo supiera el mensaje oculto en la mesa de la cocina: “fuerza en medio de las tormentas”. Isidro, guarda su factura como prueba de que tu abuelo pasó por este mundo y se equivocó al cerrar una puerta que quizá tengas que volver a abrir tú”.
Sin duda era demasiado tarde. No disfrutaba de los enigmas. Levantó los ojos de la carta y al ver roto el cuadro de marquetería sintió pena por sí mismo. “¿Qué he hecho con el cuadrito del abuelo? ” se dijo. La carta todavía continuaba dos cuartillas más, pero no siguió leyéndola porque había perdido la curiosidad por el camino. “Lo siento, abuelo, esto llega demasiado tarde”. Su vida estaba hecha y los sueños no tenían espacio en un mundo quizá fabricado en cadena, quizá impersonal, pero no exacto porque se estaba desmoronando por momentos. “Aquel hombre nunca hubiera imaginado cómo llegaría a ser el mundo de hoy y que esas tonterías de frases dentro de los muebles les harían reír a todos los mayores de doce años”, se dijo. Recogió los pedazos del cuadro, dobló la carta y la factura y eso fue todo.
No, Isidro, ni era demasiado tarde ni fue todo. Claro que era imposible que él pudiera saber que unas calles más arriba y años atrás una comerciante se había quedado con la mesa de cocina de la casa de su abuela para usarla como mostrador de su tienda de papelería de diseño. De tanto que su abuela fregara la tapa, había dejado de ser lisa y los nudos de la madera sobresalían rodeados de zonas hendidas pareciendo un mapa cartográfico. Las patas y los laterales estaban pintados de negro y blanco. La mesa le gustaba desde la infancia cuando cortaba vainas con las manos haciendo pop. De joven le parecía moderna de puro antigua y por eso y por el ahorro de no comprar un mostrador, se la llevó. Pero la mesa fue algo más. En un momento de crisis le había salvado de cerrar la tienda y se convirtió en una fuente de inspiración desde aquel día. Aquel día buscaba en una zona interior un punto de polilla con gafas de aumento, una linterna y una jeringa y encontró escrito en uno de sus laterales interiores “fuerza en medio de las tormentas”. Tan curioso le pareció este hecho, que decidió diseñar unos separadores de libros con aquel mensaje escrito en pluma negra y letra puntiaguda. Se empezaron a poner de moda y siguió con cajas, camisetas y bolsos. Creó su propia marca “fuerza en medio de las tormentas”. Era una mujer rica gracias a la herencia de su abuela.
No ocurrieron más hechos relevantes en su vida hasta que una mañana de julio entró en la tienda un hombre delgado y triste. “Si usted tenía una abuela llamada Juana con una mesa de cocina adquirida en la afamada casa Isidro y Miguel fundada en 1899, creo que esta carta es para usted”, le dijo sin darle más explicaciones. Se comportó como el vecino al que le han metido una carta equivocada en el buzón y ya abierta se la entrega a su legítima dueña con cara de “ojo, estará abierta, pero no la he leído”. Ella la recogió sin pedirle explicaciones.
Recuerda que las puertas son para poder estar abiertas.
Isidro le dio a aquella mujer la carta sin hablar con ella, sin encontrar el amor o la aventura que podría haber surgido entre las almas solitarias de dos náufragos del tiempo, sin acabar de leerla y sin sentir curiosidad por todo ello. Lo que sí hizo fue quedarse con el cuadro de marquetería. Con la cola de carpintero bien usada gracias a la observación había logrado que no se notase ningún desperfecto, así que, a pesar de lo ocurrido, todavía conservaba un recuerdo de su infancia y de su querido abuelo.
Recuerda que las puertas son para poder estar cerradas.